Con motivo de la Semana del Cerebro 2022, se llevó a cabo el Ciclo de cine de ciencia en Casa del Arte Dr. Vicente Preciado Zacarías. Entre los largometrajes presentados se encontró la película Calle de la Humanidad, 8.
Melisa Munguía
En esta era mediática, en la que la información nos llega de una forma u otra, desde todos los ángulos imaginables, es difícil saber qué creer o qué hacer cuando nos enfrentamos a situaciones tan grandes y aterradoras como la pandemia. Calle de la humanidad, 8 representa estas dificultades de una manera cómica y ligera. Con el brote de la Covid-19, los vecinos de un edificio de departamentos en París deben quedarse dentro y convivir. Como es de esperarse, cada inquilino tiene prioridades distintas y formas diferentes de enfrentar al virus y, al mismo tiempo, acercarse —manteniendo una distancia prudente— al otro.
Resulta interesante ver cómo los personajes se relacionan luego de conocer finalmente sus nombres. Martin, por ejemplo, quizá nos recuerde a quienes desinfectamos cada espacio de nuestra casa, cada bolsa que trajimos de afuera, cada vez que nos lavamos las manos con fuerza para protegernos. Sus comportamientos extremos se justifican por la desinformación; llega a creer que su perro podría contraer el virus y enfermar a su familia.
Ahora parecen lejanos esos días en los que se creía que incluso habría riesgo de contraer el virus si se adquirían cosas de algún país que tuviera casos positivos. Los demás personajes, un poco menos estrictos con los protocolos, afirman que se trata de una simple gripa y que todo terminará dentro de poco. Esta esperanza tampoco es completamente útil, pues algunos vecinos afirman que beber alcohol o medicarse con hidroxicloroquina representa una cura para el virus. Este vaivén de desinformación y miedo hace que la película resuene tanto con la memoria que muchos podríamos tener del principio de la pandemia.
Con el paso de los días, conocemos a cada miembro del edificio. Louise, una señora mayor pretende abrir un bar; Jean Paul experimenta día y noche para elaborar la vacuna; el matrimonio de Samuel y Agathe dedica su tiempo a los fans que han acumulado durante el encierro; Claire debe soportar a su esposo, Martin; Tony, el dueño del edificio, se da cuenta de que no sabe manejar una familia; Diego, el conserje, pasa los días solo, esperando a que su mujer se recupere; y Leïla sale todas las noches a cubrir guardias en un hospital.
En los tres meses de confinamiento logran conocerse más de lo que jamás lo habrían hecho. No se llevan exactamente bien, simplemente son vecinos y se relacionan como humanos. Sin embargo, la percepción que se tiene del otro evoluciona a lo largo de la película. Cada uno se da cuenta de los comportamientos que les ha provocado el miedo, producto, quizá, de la ignorancia, de la incertidumbre. Y este miedo que los une hace que puedan estar el uno para el otro cuando es necesario.
Si bien la calle de la humanidad no es una joya cinematográfica, se trata de una comedia bastante ligera que muestra una de tantas experiencias del confinamiento. Los personajes, de una forma u otra, se conectan a partir de esta experiencia compartida. Más allá de los medios, de la información, de los miedos, del bombardeo de noticias acerca de la pandemia, Calle de la humanidad, 8 demuestra que es reconfortante tener cerca a quienes nos recuerdan que no estamos solos, aunque así lo parezca.
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