La música que crece en el corazón

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Verónica Jazmín Hernández Álvarez

Había una puerta blanca, mitad blanca y mitad negra, partida en diagonal como un sándwich de la lonchería de la esquina que permanecía cerrada, en el tercer y último piso del edificio de departamentos decolorado por el sol. Elisa eligió ese departamento cuando recién se mudó a la ciudad donde con suerte había conseguido su primer trabajo en una escuela secundaria. La ciudad era ruidosa, a veces armónica y otras no, como un aprendiz de piano que no estudió para su lección. Y la escuela también lo era. No eran así de ruidosos en la televisión, en casa, donde tenía todo bajo control. Bajo control con pilas AA, y puertas cerradas todo el día. A veces el mundo era silencioso, como si lo hubieran encerrado en un cuarto de grabación, y otras era estridente, como el deseo de Elisa de llegar a casa y contarle a un silencioso Conan sobre su día, que había apretado sus músculos en intrincados nudos de marinero. Conan era silencioso, pero era su mejor amigo, y a veces lo mejor de la vida esta silenciosamente acomodado junto a la ventana, viendo el tiempo pasar, y escuchando las quejas de Elisa. Porque Elisa nunca tenía tiempo.

El trabajo la había obligado a alejarse de su familia. No extrañaba tener que discutir sobre qué harían el fin de semana juntos, pero extrañaba pasar juntos el fin de semana. No extrañaba su casa. Pero extrañaba su hogar. Todos los días, en el departamento, la recibía su padre, a través de un fantasma llamado Ok Google, que vivía en el LG que le había regalado en su cumpleaños antes de tener que mudarse por primera vez en su vida. Su madre la llamaba desde la cocina, “Bienvenida Elisa”, a través de la voz de Alexa, la asistente atrapada dentro de la Tablet que le había comprado hacía años para la universidad. Su hermanita menor no poseía de ahorros más que su colección de cuentitos ilustrados, de los cuales ella le había regalado uno. De modo que a veces Caperucita Roja también la llamaba desde el estante, y entonces leía por enésima vez la historia de la chica en el bosque desconocido y lobo acechándola. ¿Ella tendría un lobo por ahí? Sí que había uno, uno que había salido de un murciélago. Y cerraba el librito. Todo era tan diferente de antes, y tan igual, que ni se molestaba en hacer planes. Estaba pensando en adoptar una mascota. ¿Un loro que se uniera al coro de Google y Alexa? ¿Un pez que la divirtiera por horas con sus piruetas acuáticas? ¿Un cuyo que caminara en su ruedita indefinidamente mientras ella usaba la caminadora indefinidamente, extrañando el parque indefinidamente? Pero lo que había cambiado era la aparición de su mejor amigo.

Se había conocido un día que ella volvía del trabajo, y a veces creía que se había enamorado a primera vista. Los ojos azules de Conan brillaban como estrella nocturna. Su voz la calmaba como ningún libro de autoayuda lo habría hecho, y podía hablar de cualquier cosa con él. Cosas tristes, cosas felices, las estaciones del año. Era como si se conocieran desde la infancia. Pero él era callado cuando no estaban en una de sus conversaciones vespertinas. Solo había una cosa más que le molestaba de él, además de lo poco sociable que era, y era que él era un músico, varias veces mejor que ella. Se pasaba los días pensando ¿Y si volviera a tocar? Canon y yo podríamos hacer un grupo y ganar algo de dinero extra. Pero no ella no tenía tiempo. Y la estresaba verlo a él siempre recargado en la ventana. Lo cierto era que todos los viernes él tocaba para ella, y Elisa no sabía si Conan era consciente de lo mucho que la exasperaba no poder ser tan buen pianista como él. Le expreso tanto odio con la mirada que un día, no volvió a tocar para ella. Tuvieron una pelea. Tal vez por envidia. Los ojos de Conan se apagaron. Y pasaron los días.

Un domingo, paseándose por el departamento mientras miraba una conversación de whatssap se chocó con él. Perdón, le dijo. Y siguió caminando. Pero para su sorpresa, él le respondió.

-River flows in you- dijo con su voz hipnótica.

-¿Cómo?

-Que tienes un río de talento, no sé cómo no puedes verlo.

Elisa le miró con ojos entrecerrados. Sí, eso le habían dicho, pero había dejado de practicar hacía mucho tiempo. Si tan solo tuviera la oportunidad de practicar.

-Campanella.

-Por todos los cielos Conan, habla bien.

-Campanas. ¿Escuchas las alarmas de whatssap pero no las señales de tu vida?

¿Campanas? Se preguntó Elisa. Se acercó a su amigo. Él le miro con gravedad. A veces no lo entendía, pero sabía lo que tenía que hacer. Recostarse sobre el sofá y escuchar Campanella con sus audífonos hasta que esas señales de la vida se manifestaran. Lo curioso es que lo hicieron. Se levando de golpe y lo miró. Conan practicaba todos los días, ¿por qué ella no? Sí, Elisa se vivía la vida pensando en volver a tocar el piano, y la llegada del confinamiento le había alguna que otra vez sugerido que volviera a su vieja pasión. ¿La oportunidad siempre estuvo ahí? Un nudo en la garganta la asaltó. Sabía lo que debía hacer.

-Conan. Toquemos juntos.

Conan la miró con sus ojos azules. Elisa sabía lo que quería decir. ¿Desde hace cuánto tiempo conocía a Conan? Él era realmente un amigo de la infancia. Ahora sabía que su amistad era más profunda de lo que creía, y que amaba la música que salía de los dedos del pianista. Iba a recuperar la confianza de Conan. Se sentó frente a él, y este le miró con ternura. Ella habría jurado que sus ojos brillaban más, como si le rogara que siguiera. Elisa bajo la mirada tímidamente, hacia las manos blancas de su querido amigo, y en un impulso, acarició sus dedos. Él tembló ante el tacto, y emitió un corto “E…”. Shhh, lo cayó Elisa, y esos segundos de desilusión bastaron para que no pudiera resistirlo más, y Elisa entrelazo sus dedos con los de él. Toquemos juntos, repitió. Empezó a pulsar, un a uno, sus blancos dedos, según le guiaban las partituras, y Conan empezó a cantar. Y la hermosa canción sorprendió a la chica.

-¿Cómo se llama?

-Balada para Elisa.

Ella sonrió. Desde ese día, la pantalla azul del teclado no volvió a apagarse.

“La música que crece en el corazón” de Verónica Jazmín Hernández Álvarez, estudiante de 6to semestre de la licenciatura en Letras Hispánicas, fue el cuento ganador en el Concurso de cuento corto “El cerebro después del Covid: Retos y oportunidades”.

El concurso se realizó con el objetivo de compartir experiencias y percepciones en torno al cerebro y la vida después del COVID-19, con el propósito de divulgar el conocimiento científico e incentivar la creatividad literaria. Como jurado del concurso participaron especialistas de diversas disciplinas: Dra. Perla Cristal Hermosillo Núñez, Dr. Paulo César Verdín Padilla, Dr. Jahaziel Molina del Rio, Mtro. Antonio Solís Serrano, Dra. Ana Gabriela Ramírez Flores, Dr. José Alberto Hernández García y la Mtra. María del Carmen Oliveros Sánchez. En el cuento ganador destacaron aspectos como la creatividad, originalidad y la trama.