Uno de cada tres hogares donde hay adultos mayores tienen inseguridad alimentaria

Semana

Nadia Cea

La inseguridad alimentaria es un término que surge en el año 1996 por la Food and Agriculture Organization of the United Nations (FAO) para hacer referencia a la falta de acceso a los alimentos, ya sea en sentido inocuo o nutritivo. Lo que repercute en que las personas tengan un correcto desarrollo y puedan llevar a cabo las actividades de la vida diaria. Se clasifica en leve, moderada y severa, y se divide en dos: transitoria, en periodos de crisis, o crónica, cuando se ha tenido toda la vida. 

Según la FAO, la inseguridad alimentaria se evalúa en cuatro dimensiones: la disponibilidad, que va en función del comercio y la producción, y está ligado directamente con la dimensión del acceso, que se divide en físico (accesibilidad en mi área geográfica), económico (tener los recursos necesarios para adquirir alimentos) y/o cultural (seguir creencias religiosas o ideologías que no permiten el consumo de ciertos tipos de alimentos, un ejemplo de ello, la carne de cerdo en países orientales); la utilización, ésta tiene que ver con la calidad y la diversidad de la dieta, si lo que consumimos aporta energía, nutrientes y es saludable; y la última dimensión es la estabilidad en el tiempo de las cuatro dimensiones anteriores, es decir poseer suficientes recursos económicos para conseguir los alimentos y no atravesar por eventos traumáticos que impidan esta estabilidad alimentaria. 

La maestra Martha Alicia Sánchez Jiménez, estudiante del doctorado en Psicología con Orientación en Calidad de Vida y Salud del Centro Universitario del Sur (CUSur), lleva a cabo la investigación “Inseguridad alimentaria su relación con salud mental y el impacto en la calidad de vida”, enfocada en la inseguridad alimentaria en los adultos mayores, por ser una de las poblaciones más vulnerables al padecer este tipo de problemáticas. Comenta que uno de cada tres hogares donde hay adultos mayores tienen inseguridad alimentaria, y se asocia sus bajos recursos económicos por ser jubilados, vivir solos, no tener quién los apoye en la compra y preparación de sus alimentos o no tienen buenas condiciones de salud, lo que provoca que resulte complicado que mantengan una correcta alimentación. 

Sánchez Jiménez explica que la inseguridad alimentaria se considera un problema de salud pública por ser la base para desencadenar otro tipo de problemas, como afecciones a nivel físico, mental, y por ende, no tener una buena salud. Desde la parte del estado nutricional, este problema se asocia principalmente con obesidad, desnutrición, hipertensión arterial, enfermedades cardiovasculares, diabetes mellitus tipo 2, y el riesgo de padecer hiperlipidemias (altos niveles de colesterol y triglicéridos). En la salud mental disminuye la cognición, y es un indicador de riesgo para padecimientos como la depresión y ansiedad, añade que: “existen programas públicos donde administran una canasta básica, pero el hecho de ir a recogerla podría generar síntomas depresivos por la vergüenza de la forma en la cual las personas pudieran conseguir los alimentos. Entonces el no tener acceso a una buena alimentación se caracteriza por la angustia psicológica creada a partir de un mecanismo de estrés, el cual se detona cuando las personas viven la experiencia de no saber qué harán para alimentarse a sí mismas y/o a las personas que están bajo su cuidado. Y si lo vemos desde esa parte, la inseguridad alimentaria es un problema que está afectando tanto la salud como el bienestar de las personas”.

La doctorante explica que su investigación, que formó parte de su proyecto de maestría en Psicología con Orientación en Calidad de Vida y Salud del CUSur, también tuvo enfoque con los adultos mayores, y analizó de qué manera las variables de la salud mental, física y la inseguridad alimentaria estaban asociadas, además, de qué manera todos estos factores tenían impacto en su calidad de vida. 

Esta investigación la llevó a cabo con 43 personas de 60 y más años de edad entre hombres y mujeres, divididos entre La Paz, Baja California Sur, y Ciudad Guzmán, Jalisco, en la que realizó diferentes tipos de pruebas y encuestas en ámbitos como el socioeconómico, los tipos de alimentos que consumían, pruebas fisicas y pruebas cognitivas. Al estudiar sus resultados descubrió que en calidad de consumo alimentario era mayor en las personas de la costa, por el alto consumo de alimentos ricos en ácidos grasos y omegas como el pescado, lo que influía directamente en su desempeño cognitivo. Caso contrario en Ciudad Guzmán, dónde estos alimentos no formaban parte de su dieta común, además, su posición socioeconómica influía mucho en la adquisición de alimentos, siendo un indicador importante para considerarlos con inseguridad alimentaria. 

Explica la maestra que en las encuestas preguntó los tres tipos de carnes que consumían con mayor frecuencia como pescado, carne de res, o pollo. Comenta: “tuve que agregar una categoría más porque en Ciudad Guzmán me decían también la carne de cerdo. En La Paz evidentemente la respuesta era pescado y en Ciudad Guzmán era carne de res, entonces cuando regresas a los análisis te das cuenta de que la carne de res está relacionada con los altos índices de colesterol e hipertensión, y ese dato es importante porque da a entender porqué una población cuenta con inseguridad alimentaria o con problemas de salud”, y concluye que estos problemas afectan directamente a la calidad de vida. 

Esta investigación se realizó durante la pandemia por COVID-19, asistiendo a los hogares de las personas adultas mayores para las entrevistas. Comenta la maestra que solo tomaron en cuenta personas que ya tenían su segunda dosis del esquema de vacunación. También agrega que haber hecho estas encuestas durante este periodo le brindó información valiosa para comprender las razones por las cuales sus entrevistados no tenían una correcta alimentación, entre las causas más comunes fueron el desempleo de ellos y de los familiares cercanos de quiénes dependían, la imposibilidad de salir a conseguir los alimentos, y los bajos recursos económicos que impedían completar una despensa básica. 

Sánchez Jiménez comenta que la investigación continúa ahora que estudia su doctorado enfocado en la población de Ciudad Guzmán con ayuda de diferentes instituciones como las casas de descanso para adultos mayores y el CUSur, pero agregará nuevos marcadores de estudio, ya que menciona que su investigación también tuvo impacto a nivel personal, y como profesional asegura que si identificó que la inseguridad alimentaria está derivando otros problemas, cuando haga intervenciones nutricionales también va a incluir a la salud mental. 

Finalmente, señala que el envejecimiento es un periodo en donde lo social y lo psicológico importan mucho, y con una dieta no va a solucionar la vida de los adultos mayores, por lo que se deben tomar en cuenta los marcadores que sean necesarios para conocer los impactos que la inseguridad alimentaria tiene en la salud y así saber cómo aportar de manera positiva a mejorar su calidad de vida.

nadia.cea@cusur.udg.mx